Crónica de la QH más larga de la historia
Quiero recordar en primer lugar al campeonísimo
Federico Martín Bahamontes, nuestro primer ganador del Tour de Francia,
homenajeado en esta edición por la P.C.Edelweiss. Imagino que se sentirá
orgulloso de haber apadrinado una Quebrantahuesos digna de una etapa pirenáica
del Tour.
Bahamontes, de hecho, fue el primer rostro conocido
que vimos en Sabiñánigo cuando preguntamos en la recepción del camping si
podíamos acampar. Lógicamente estaba todo ocupado. De pronto se abrió una
puerta y "hombre, el Aguíla de Toledo". Una sonrisa de satisfacción
se esbozo en la cara de Federico al oír su bonito apodo; me alargó la mano y
nos saludamos. Buenos augurios pensé. Hace dos años no hubo casi manera de
verle la cara a Miguel Induráin. Por cierto, la segunda cara
"conocida" fue la del hermano de Roberto Iglesias al que le pregunté
si era él a lo que me contestó que sí, que era él, el hermano de Roberto.
En el pabellón recogemos las bolsas y el maillot
rojo. Allí si encuentro a Roberto y a su mujer con los que charlamos un ratito
y me entregan el uniforme de "guardian de la seguridad, orden y
limpieza". Aquí conozco a Montxo.
Ya que no hay sitio en el camping investigamos los
alrededores del pabellón y encontramos un sitio estupendo donde hay un parque
con un cesped estupendo, un fuente de agua y no lo pensamos dos veces. La cena
la hacemos en Don Diego (creo que se llamaba así) y no es por nada pero la
próxima reunión ciclolistera aquí ya que era un triple B: bueno, bonito y
barato. Lo que en Casbas eran 26 aquí 9 e incluso mejorando la calidad y la
cantidad. Lo dicho.
A las once en la cama pero hace mucho calor y damos
más vueltas que un pollo. De modo que a las 6:00 estamos ya en pie cansados de
tanto calor. Tomamos un desayuno, nos vestimos de romanos y nos dirigimos a la
"arena". A las 7:15 ya hay bastante gente en línea de salida tomando
posiciones. Hace un poco de frío pero le digo a David que coja todo el que
pueda que será el último del día.
A los "hombres de rojo" nos colocan en "pole
position". Allí están los famosos Paco Cabello, Joan García, Ramón Cuellas
y otros más. Le comento a Cabello que hay que tener cuidado que la estampida de
búfalos pueden arrollarnos. Finalmente, se colocan por delante de nosotros los
amigos del ciclista fallecido el año pasado más un montón de espontáneos que
salen hasta de las alcantarillas.
Bahamontes dedica unas palabras a los participantes,
corta la cinta y... chupinazo. A mil no, a dos mil por hora salimos como si
escapáramos de una explosión nuclear y aún así, no paran de adelantarme
ciclistas. El paso por el pueblo es algo muy especial de esta marcha, los
aplausos de la gente te hinchan de orgullo propio y te dan fuerzas para
mantenerte en el tren de alta velocidad. A tope, a tope, a tope,... Jaca,
Villanúa, miro el reloj y 45
km/h de media. En mi vida.
Abandonando el pueblo comienzan las primeras rampas
de Somport y, lógicamente, me dejo ir. Pasan ciclistas sin cesar hasta que al
mirar atrás encuentro que soy el ultimo y que no hay nadie en al menos un
kilómetro. Pienso que ha habido una montonera tremenda y que esa es la razón.
En ese momento me siento más que nunca cola de león pues, aunque el último,
marcho con el grupo de cabeza.
Seis ciclistas, seis, nos quedamos descolgados y,
habiendo cambiado de plato, subimos tranquilamente por la preciosa subida a
Somport. Durante no menos de quince minutos no nos da alcance el segundo grupo
y aunque avivamos el ritmo cuando llega este segundo tren sigo en la misma
tónica de ser adelantando continuamente.
Los paisajes idílicos se suceden: la preciosa
estación de Canfranc, el hermoso rio de montaña que queda a la derecha, la
postal que hay donde se encuentra el destacamento militar de alta montaña. Son
imágenes que se quedan grabadas para siempre y que hacen más llevadera la
ascensión.
En el avituallamiento aparco la bici y con
tranquilidad me alimento y me hidrato copiosamente. Cargo los bidones y
continuo la marcha. Enseguida me encuentro con mis ¿futuros? compañeros de
Marmotte Juan Molina y Fernando Silió y corono con ellos Somport. Ya queda un
puerto menos.
En la bajada descanso y se me escapan los granainos.
Voy cumpliendo mis deberes de hombre de rojo y me parece percibir que hay menos
basura que la otra vez que estuve aunque es difícil no encontrarte con los
dichosos papeles de barritas o las odiosas cápsulas de glucosa. En la bajada
advertencia sería para el dorsal 519 ya que en poco menos de un minuto casi se
estrella con una furgoneta al cambiar de carril y acto seguido saca un mejunje
y tira con arrogancia su envoltorio de aluminio. No creáis, que a este tío lo
acojoné, le dije que no se extrañara si no le daban diploma ni tiempo y que
probablemente le pararían los miembros de la organización.
Después de perder 1200 mts de altura (qué desperdicio)
y tras el paso por Lées Athas empieza el puerto de Bouezou. Triple plato pa que
te quiero y marcheta pirenáica al canto porque la rampa inicial ya se lo
merecía. Puerto duro sin duda con pendientes sostenidas y con un par de kms
finales agónicos donde los desniveles estaban siempre por encima del 10%. Aquí
otra imagen fotográfica de las curvas retorcidas hacía el cielo donde se
apreciaba el inmenso reguero de ciclistas. En esta zona el calor era axfisiante
ya y yo, que no sudo en exceso, parecía el mismísimo Camacho durante los
partidos.
Una vez arriba el forcejeo por conseguir una
cacharra de agua era terrorífico. Legitimado por mi maillot presumo de haber
conseguido establecer una cola medianamente sería. En mi contra quizás tenga
que decir que al consumir 1,5
litros de agua sobrepasé las estimaciones que estaban en
1 litro
por participante y, desgraciadamente, los que llegaron con posterioridad no
encontraron esa agua tan ansiada.
Después de perder un buen puñado de minutos en
conseguir refrigerante interno, descendemos hasta el pie del puerto de Labays
por una carretera estrecha y muy fresquita que se agradece mucho. Aquí nueva
"actuación policial" aconsejando a un par de señores, ya entrados en
años, que por favor no volvieran a tirar envoltorios de aluminio a lo que me
respondieron positivamente diciéndome que tenía mucha razón. Y tanto.
A este Labays era al que le tenía yo más miedo y al
que considero más duro del recorrido. Son 6 kms durísimos e interminables que
se asocian maléficamente con los no despreciables 8 kms siguientes hasta el Col
de la Pierre de St.Martín. En las primeras rampas de Labays veo a Ramón tumbado
en una sombra pero me dice que siga adelante, que no pasa nada. Ganas me dan de
quedarme con él a contar ciclistas pero por aquello de la inercia continúo sin
más.
Bufff, he coronado y paso a carretera amplía. Estoy
baldado y me está doliendo la rodilla derecha. He hecho los últimos kms con el
30x25 pero creo que esto me salvará la vida. Las reservas de agua las llevo
regular; me da mucha rabia cuando me engaña un fulano diciéndome que quedan
cuatro kms siendo en realidad ocho de forma que, dosificándome
extraordinariamente el agua, me quedo seco faltando los últimos cuatro, que por
otra parte resultan ser los más aplastantes por el desnivel y por el sol que
ahora sí cae a plomo. Ahhrg, qué malo es pasar sed. Me acordaba de nuestro
espía y sufridor Joaquín Gimeno con su premonitoria crónica de la semana
anterior.
Las penurías propias son compensadas con las ajenas
viendo como algunos no pueden siquiera con mi ritmo cansino y caen abatidos en
los márgenes de la carretera. Un fotógrafo debe estar impresionado con mi
penosa estampa y se esfuerza en tomar una buena instantánea. Con mi uniforme
rojo la foto podría titularse "el hombre tea" .
Al llegar al avituallamiento no se notan las
tensiones y las prisas propias del lugar. Los ánimos están calmados, las fieras
amansadas están junto a las piezas de naranja y pueden llegar a engullir doce,
trece, o más porciones, es impresionante. La deshidratación es máxima. Ojo, que
estamos a menos de la mitad del recorrido y aunque ya lo más duro está
teóricamente hecho el calor irá a más a medida que perdamos altura. Aquí veo a
Juan Pablo de Cáceres al que hacía dos años que no veía. Un lugar de altura
para el encuentro, a 1760 mts.
Las conclusiones (negativas) extraídas de esta
primera mitad es que no subo nada, todo el rato he estado siendo adelantado por
gente. Lo positivo es que tras unos minutos de descanso aquí arriba me
encuentro con fuerzas suficientes (creo) para atreverme con la segunda parte de
este infierno. Miro el tiempo y creo que puedo llegar con facilidad antes de
las 9 horas que señalan la frontera entre los metales de oro y plata para mi
categoría. El reto está servido. Allá voy.
El descenso ofrece unas panorámicas impresionantes.
Amplías praderas verdes de Navarra. La carretera está picada y hay que tener
precaución. Al principio el fuerte viento y la escasa inclinación hace que se
tengan que dar pedales y aquí ya voy observando que la gente va muy cascada
porque todos se refugian tras las faldas de una rueda trasera ajena. Voy
haciendo de locomotora junto a un compañero de club de María Fuster y... es que
nadie da relevos. La carretera se inclina un poco más y hay una sucesión de
paellas que hay que tomar con precaución.
Al llegar abajo se forman unos grandes pelotones que
siguen adelantando lo que sucederá hasta el final del recorrido, la gente va
mustia. No tira nadie. Allá que va el loco de rojo avivando el ritmo.
Cruce a la izquierda y quinto puerto del día: Alto
de Zuriza (alguno se desvió hasta Zarautz como Andrés del Pozo ;o) ). Ya sé que
no era duro pero... qué largo. Otra vez lo mismo además, me pasaba la gente y
estaba obligado otra vez a meter el 30. No sé, parezco un belga perdido en los
Pirineos (Esta va por Jean Marie ;o) ) Con paciencia y resignación llego
arriba. Me lanzo hasta Ansó por una carretera que, aunque con mala
pavimentación, me gustó mucho. Esas curvas encajonadas en paredes verticales de
roca eran impresionantes.
Nuevo avituallamiento para carga de refrigerante
sobre todo y preparados para el sexto de la tarde: Vedao. Subida
afortunadamente más corta y en la que consigo mantenerme por primera vez con
los que me acompañan. Al llegar arriba cometo un grave error de cara a mi
intento de "dorarme" en la meta y es perder un tiempo precioso
cambiando la bici de sitio para no rayarle el coche a la "chica" y
haciendo que se me escape el grupo en el que debía viajar en los largos llanos
que venían a continuación.
Así que ahí estoy yo, más sólo que la una y con un
vientaco frontal de miedo. El peor sitio para estar sólo. No me quedó más
remedio que esperar a unos cuantos que me alcanzaran por detrás pero el deseo
de ser arrastrado a buena velocidad no se realizó ya que de nuevo nadie tiraba.
A partir de este punto no puedo comentar nada en
absoluto del paisaje porque he de confesar que no sabía por qué pueblos
pasábamos, ni que pinta tenían, ni nada de nada. Sólo tenía tiempo para mirar
el cuentakilómetros y desear que llegara a los 230 prometidos.
Del grupo de diez o doce que íbamos sólo dos
pasábamos por cabeza. Nos aliamos para dar caza a un grupo numeroso que
divisábamos a lo lejos y pusimos un ritmo bastante vivo. A mí ya no me
importaba darlo todo, había que llegar cuanto antes. En pocos minutos estábamos
en cola de éste gran grupo. Por detrás, y para sorpresa propia, sólo habían
aguantado dos más a rueda del grupo original. Después de un rato de descanso
otra vez al tajo porque este grupo también iba descabezado. Y a rodar se ha
dicho. En descargo de la locura que significa tirar del carro tanto tiempo está
la satisfacción de ayudar a un grupo de ¿agradecidos? moribundos. Bueno, bueno,
ya veremos.
En el avituallamiento de Santa Cilia (he mirado la
ficha porque ya digo que a esas alturas no veía nada) me toca beber Isostar a
lo bestia porque no tenían agua. Seguimos camino por unas rectas largas que
pican hacía arriba y aquí me escapo por pelos de una montonera ya que uno hace
el afilador con el que tengo a mi derecha y me golpea la rueda trasera en su
caída aunque consigo que no me tire al suelo. El ruido de gritos y de hierros y
ciclistas arrastrando por el suelo es escalofriante. Se caen muchos y entre
ellos mi socio de cabeza con el que había hecho tan buena alianza.
Durante unos kms paso un bache anímico pensando en
el desastre que hubiera supuesto haberme accidentado. No he venido aquí para
esto, pienso. Al cabo de unos minutos reacciono y miro de nuevo el reloj. Va la
cosa mal, se me escapa el oro por pelos. Quedan doce kilómetros y me decido.
Voy a hacer una contrarreloj con lo que me queda. Sin soltar latigazo pongo la
velocidad que me interesa, por encima de 35 km/h , velocidad de misil
para la mayoría de cadáveres que voy arrasando por el camino. De esta manera
llego a divisar Sabiñánigo. Pavor me da pensar en que tenga que ir por la parte
de arriba del pueblo pues hay una rampa a lo lejos que me da espanto. No,
afortunadamente es por la parte de abajo que llegamos.
Justo antes de llegar a la plaza del quebrantahuesos
veo que me alcanza un pequeño grupo encabezado por.... el muerto viviente que
tanto lloraba, será cabrón. Pero bueno, pero bueno, esto no puede quedar así.
Aún cascado como iba, el amor propio me permite todavía esprintar a plato la subida
a meta y cepillarme al chupóctero que tantas lagrimas había derramado en el
camino. Si tanto te gusta chupar, chuuuuuupa. :o)
He hecho 233 kms. según mi cuentakilómetros con un
tiempo de pedaleo de 8:37, una media de 27 km/h y una máxima de 90 km/h (nunca había ido
tan deprisa). Las pausas de repostaje y descanso han supuesto 27 minutos ya que
el tiempo oficial que me dan es de 9:04 por lo que me quedo a las puertas del
oro por cuatro minutos.
Creo que he elegido un mal año para hacer oro....
(Crónica publicada en su momento en la Ciclolista, lista de distribución de Internet, embrión de las actuales redes sociales)