sábado, 22 de junio de 2002

Quebrantahuesos 2002

Crónica de la QH más larga de la historia


Quiero recordar en primer lugar al campeonísimo Federico Martín Bahamontes, nuestro primer ganador del Tour de Francia, homenajeado en esta edición por la P.C.Edelweiss. Imagino que se sentirá orgulloso de haber apadrinado una Quebrantahuesos digna de una etapa pirenáica del Tour.

Bahamontes, de hecho, fue el primer rostro conocido que vimos en Sabiñánigo cuando preguntamos en la recepción del camping si podíamos acampar. Lógicamente estaba todo ocupado. De pronto se abrió una puerta y "hombre, el Aguíla de Toledo". Una sonrisa de satisfacción se esbozo en la cara de Federico al oír su bonito apodo; me alargó la mano y nos saludamos. Buenos augurios pensé. Hace dos años no hubo casi manera de verle la cara a Miguel Induráin. Por cierto, la segunda cara "conocida" fue la del hermano de Roberto Iglesias al que le pregunté si era él a lo que me contestó que sí, que era él, el hermano de Roberto.

En el pabellón recogemos las bolsas y el maillot rojo. Allí si encuentro a Roberto y a su mujer con los que charlamos un ratito y me entregan el uniforme de "guardian de la seguridad, orden y limpieza". Aquí conozco a Montxo.

Ya que no hay sitio en el camping investigamos los alrededores del pabellón y encontramos un sitio estupendo donde hay un parque con un cesped estupendo, un fuente de agua y no lo pensamos dos veces. La cena la hacemos en Don Diego (creo que se llamaba así) y no es por nada pero la próxima reunión ciclolistera aquí ya que era un triple B: bueno, bonito y barato. Lo que en Casbas eran 26 aquí 9 e incluso mejorando la calidad y la cantidad. Lo dicho.

A las once en la cama pero hace mucho calor y damos más vueltas que un pollo. De modo que a las 6:00 estamos ya en pie cansados de tanto calor. Tomamos un desayuno, nos vestimos de romanos y nos dirigimos a la "arena". A las 7:15 ya hay bastante gente en línea de salida tomando posiciones. Hace un poco de frío pero le digo a David que coja todo el que pueda que será el último del día.

A los "hombres de rojo" nos colocan en "pole position". Allí están los famosos Paco Cabello, Joan García, Ramón Cuellas y otros más. Le comento a Cabello que hay que tener cuidado que la estampida de búfalos pueden arrollarnos. Finalmente, se colocan por delante de nosotros los amigos del ciclista fallecido el año pasado más un montón de espontáneos que salen hasta de las alcantarillas.

Bahamontes dedica unas palabras a los participantes, corta la cinta y... chupinazo. A mil no, a dos mil por hora salimos como si escapáramos de una explosión nuclear y aún así, no paran de adelantarme ciclistas. El paso por el pueblo es algo muy especial de esta marcha, los aplausos de la gente te hinchan de orgullo propio y te dan fuerzas para mantenerte en el tren de alta velocidad. A tope, a tope, a tope,... Jaca, Villanúa, miro el reloj y 45 km/h de media. En mi vida.

Abandonando el pueblo comienzan las primeras rampas de Somport y, lógicamente, me dejo ir. Pasan ciclistas sin cesar hasta que al mirar atrás encuentro que soy el ultimo y que no hay nadie en al menos un kilómetro. Pienso que ha habido una montonera tremenda y que esa es la razón. En ese momento me siento más que nunca cola de león pues, aunque el último, marcho con el grupo de cabeza.

Seis ciclistas, seis, nos quedamos descolgados y, habiendo cambiado de plato, subimos tranquilamente por la preciosa subida a Somport. Durante no menos de quince minutos no nos da alcance el segundo grupo y aunque avivamos el ritmo cuando llega este segundo tren sigo en la misma tónica de ser adelantando continuamente.

Los paisajes idílicos se suceden: la preciosa estación de Canfranc, el hermoso rio de montaña que queda a la derecha, la postal que hay donde se encuentra el destacamento militar de alta montaña. Son imágenes que se quedan grabadas para siempre y que hacen más llevadera la ascensión.

En el avituallamiento aparco la bici y con tranquilidad me alimento y me hidrato copiosamente. Cargo los bidones y continuo la marcha. Enseguida me encuentro con mis ¿futuros? compañeros de Marmotte Juan Molina y Fernando Silió y corono con ellos Somport. Ya queda un puerto menos.

En la bajada descanso y se me escapan los granainos. Voy cumpliendo mis deberes de hombre de rojo y me parece percibir que hay menos basura que la otra vez que estuve aunque es difícil no encontrarte con los dichosos papeles de barritas o las odiosas cápsulas de glucosa. En la bajada advertencia sería para el dorsal 519 ya que en poco menos de un minuto casi se estrella con una furgoneta al cambiar de carril y acto seguido saca un mejunje y tira con arrogancia su envoltorio de aluminio. No creáis, que a este tío lo acojoné, le dije que no se extrañara si no le daban diploma ni tiempo y que probablemente le pararían los miembros de la organización.

Después de perder 1200 mts de altura (qué desperdicio) y tras el paso por Lées Athas empieza el puerto de Bouezou. Triple plato pa que te quiero y marcheta pirenáica al canto porque la rampa inicial ya se lo merecía. Puerto duro sin duda con pendientes sostenidas y con un par de kms finales agónicos donde los desniveles estaban siempre por encima del 10%. Aquí otra imagen fotográfica de las curvas retorcidas hacía el cielo donde se apreciaba el inmenso reguero de ciclistas. En esta zona el calor era axfisiante ya y yo, que no sudo en exceso, parecía el mismísimo Camacho durante los partidos.

Una vez arriba el forcejeo por conseguir una cacharra de agua era terrorífico. Legitimado por mi maillot presumo de haber conseguido establecer una cola medianamente sería. En mi contra quizás tenga que decir que al consumir 1,5 litros de agua sobrepasé las estimaciones que estaban en 1 litro por participante y, desgraciadamente, los que llegaron con posterioridad no encontraron esa agua tan ansiada.

Después de perder un buen puñado de minutos en conseguir refrigerante interno, descendemos hasta el pie del puerto de Labays por una carretera estrecha y muy fresquita que se agradece mucho. Aquí nueva "actuación policial" aconsejando a un par de señores, ya entrados en años, que por favor no volvieran a tirar envoltorios de aluminio a lo que me respondieron positivamente diciéndome que tenía mucha razón. Y tanto.

A este Labays era al que le tenía yo más miedo y al que considero más duro del recorrido. Son 6 kms durísimos e interminables que se asocian maléficamente con los no despreciables 8 kms siguientes hasta el Col de la Pierre de St.Martín. En las primeras rampas de Labays veo a Ramón tumbado en una sombra pero me dice que siga adelante, que no pasa nada. Ganas me dan de quedarme con él a contar ciclistas pero por aquello de la inercia continúo sin más.

Bufff, he coronado y paso a carretera amplía. Estoy baldado y me está doliendo la rodilla derecha. He hecho los últimos kms con el 30x25 pero creo que esto me salvará la vida. Las reservas de agua las llevo regular; me da mucha rabia cuando me engaña un fulano diciéndome que quedan cuatro kms siendo en realidad ocho de forma que, dosificándome extraordinariamente el agua, me quedo seco faltando los últimos cuatro, que por otra parte resultan ser los más aplastantes por el desnivel y por el sol que ahora sí cae a plomo. Ahhrg, qué malo es pasar sed. Me acordaba de nuestro espía y sufridor Joaquín Gimeno con su premonitoria crónica de la semana anterior.

Las penurías propias son compensadas con las ajenas viendo como algunos no pueden siquiera con mi ritmo cansino y caen abatidos en los márgenes de la carretera. Un fotógrafo debe estar impresionado con mi penosa estampa y se esfuerza en tomar una buena instantánea. Con mi uniforme rojo la foto podría titularse "el hombre tea" .

Al llegar al avituallamiento no se notan las tensiones y las prisas propias del lugar. Los ánimos están calmados, las fieras amansadas están junto a las piezas de naranja y pueden llegar a engullir doce, trece, o más porciones, es impresionante. La deshidratación es máxima. Ojo, que estamos a menos de la mitad del recorrido y aunque ya lo más duro está teóricamente hecho el calor irá a más a medida que perdamos altura. Aquí veo a Juan Pablo de Cáceres al que hacía dos años que no veía. Un lugar de altura para el encuentro, a 1760 mts.

Las conclusiones (negativas) extraídas de esta primera mitad es que no subo nada, todo el rato he estado siendo adelantado por gente. Lo positivo es que tras unos minutos de descanso aquí arriba me encuentro con fuerzas suficientes (creo) para atreverme con la segunda parte de este infierno. Miro el tiempo y creo que puedo llegar con facilidad antes de las 9 horas que señalan la frontera entre los metales de oro y plata para mi categoría. El reto está servido. Allá voy.

El descenso ofrece unas panorámicas impresionantes. Amplías praderas verdes de Navarra. La carretera está picada y hay que tener precaución. Al principio el fuerte viento y la escasa inclinación hace que se tengan que dar pedales y aquí ya voy observando que la gente va muy cascada porque todos se refugian tras las faldas de una rueda trasera ajena. Voy haciendo de locomotora junto a un compañero de club de María Fuster y... es que nadie da relevos. La carretera se inclina un poco más y hay una sucesión de paellas que hay que tomar con precaución.

Al llegar abajo se forman unos grandes pelotones que siguen adelantando lo que sucederá hasta el final del recorrido, la gente va mustia. No tira nadie. Allá que va el loco de rojo avivando el ritmo.

Cruce a la izquierda y quinto puerto del día: Alto de Zuriza (alguno se desvió hasta Zarautz como Andrés del Pozo ;o) ). Ya sé que no era duro pero... qué largo. Otra vez lo mismo además, me pasaba la gente y estaba obligado otra vez a meter el 30. No sé, parezco un belga perdido en los Pirineos (Esta va por Jean Marie ;o) ) Con paciencia y resignación llego arriba. Me lanzo hasta Ansó por una carretera que, aunque con mala pavimentación, me gustó mucho. Esas curvas encajonadas en paredes verticales de roca eran impresionantes.

Nuevo avituallamiento para carga de refrigerante sobre todo y preparados para el sexto de la tarde: Vedao. Subida afortunadamente más corta y en la que consigo mantenerme por primera vez con los que me acompañan. Al llegar arriba cometo un grave error de cara a mi intento de "dorarme" en la meta y es perder un tiempo precioso cambiando la bici de sitio para no rayarle el coche a la "chica" y haciendo que se me escape el grupo en el que debía viajar en los largos llanos que venían a continuación.

Así que ahí estoy yo, más sólo que la una y con un vientaco frontal de miedo. El peor sitio para estar sólo. No me quedó más remedio que esperar a unos cuantos que me alcanzaran por detrás pero el deseo de ser arrastrado a buena velocidad no se realizó ya que de nuevo nadie tiraba.

A partir de este punto no puedo comentar nada en absoluto del paisaje porque he de confesar que no sabía por qué pueblos pasábamos, ni que pinta tenían, ni nada de nada. Sólo tenía tiempo para mirar el cuentakilómetros y desear que llegara a los 230 prometidos.

Del grupo de diez o doce que íbamos sólo dos pasábamos por cabeza. Nos aliamos para dar caza a un grupo numeroso que divisábamos a lo lejos y pusimos un ritmo bastante vivo. A mí ya no me importaba darlo todo, había que llegar cuanto antes. En pocos minutos estábamos en cola de éste gran grupo. Por detrás, y para sorpresa propia, sólo habían aguantado dos más a rueda del grupo original. Después de un rato de descanso otra vez al tajo porque este grupo también iba descabezado. Y a rodar se ha dicho. En descargo de la locura que significa tirar del carro tanto tiempo está la satisfacción de ayudar a un grupo de ¿agradecidos? moribundos. Bueno, bueno, ya veremos.

En el avituallamiento de Santa Cilia (he mirado la ficha porque ya digo que a esas alturas no veía nada) me toca beber Isostar a lo bestia porque no tenían agua. Seguimos camino por unas rectas largas que pican hacía arriba y aquí me escapo por pelos de una montonera ya que uno hace el afilador con el que tengo a mi derecha y me golpea la rueda trasera en su caída aunque consigo que no me tire al suelo. El ruido de gritos y de hierros y ciclistas arrastrando por el suelo es escalofriante. Se caen muchos y entre ellos mi socio de cabeza con el que había hecho tan buena alianza.

Durante unos kms paso un bache anímico pensando en el desastre que hubiera supuesto haberme accidentado. No he venido aquí para esto, pienso. Al cabo de unos minutos reacciono y miro de nuevo el reloj. Va la cosa mal, se me escapa el oro por pelos. Quedan doce kilómetros y me decido. Voy a hacer una contrarreloj con lo que me queda. Sin soltar latigazo pongo la velocidad que me interesa, por encima de 35 km/h, velocidad de misil para la mayoría de cadáveres que voy arrasando por el camino. De esta manera llego a divisar Sabiñánigo. Pavor me da pensar en que tenga que ir por la parte de arriba del pueblo pues hay una rampa a lo lejos que me da espanto. No, afortunadamente es por la parte de abajo que llegamos.

Justo antes de llegar a la plaza del quebrantahuesos veo que me alcanza un pequeño grupo encabezado por.... el muerto viviente que tanto lloraba, será cabrón. Pero bueno, pero bueno, esto no puede quedar así. Aún cascado como iba, el amor propio me permite todavía esprintar a plato la subida a meta y cepillarme al chupóctero que tantas lagrimas había derramado en el camino. Si tanto te gusta chupar, chuuuuuupa. :o)


He hecho 233 kms. según mi cuentakilómetros con un tiempo de pedaleo de 8:37, una media de 27 km/h y una máxima de 90 km/h (nunca había ido tan deprisa). Las pausas de repostaje y descanso han supuesto 27 minutos ya que el tiempo oficial que me dan es de 9:04 por lo que me quedo a las puertas del oro por cuatro minutos. 

Creo que he elegido un mal año para hacer oro....

(Crónica publicada en su momento en la Ciclolista, lista de distribución de Internet, embrión de las actuales redes sociales)