Esta es
la crónica de una huida hacía adelante, sin retorno, emprendida frenéticamente
junto a mi amigo Fernando Silió y con el propósito de no mirar nunca atrás ni
tampoco más allá de nuestro próximo kilómetro.
Debido a
la baja de última hora de Marcos se creó una vacante en la expedición de
Granada que aproveché yo para incluirme en el paquete. El Jueves 4 a las 10 de la mañana
embarqué en el Renault Scenic y sin
demasiadas pausas estábamos al anochecer en Alpe d'Huez después de ascender la
subida más famosa del mundo ciclista con sus 21 curvas dedicadas. Coppi,
Armstrong, Bugno, Echave, Pantani, Rooks, etc.. fueron los héroes en su momento
en este grandísimo escenario ciclista.
El
Viernes, con un tiempo espléndido, nos dedicamos a inspeccionar el recorrido
completo. Hay que reconocer que en coche no llegan a apreciarse los desniveles
de la carretera en su exacta medida pero sí nos sirvió para darnos cuenta de
los muchos kilómetros que tienen estos puertarracos. Son de otra dimensión.
En el Col
de la Croix de
Fer nos paramos a hacer unas fotos y nos sentamos en una terraza a tomarnos un
café "olé". ¡Qué bien se estaba! ¡Qué tranquilidad se respiraba!
Nadie podía pensar que este mismo sitio se podría transformar de la forma que
lo hizo 24 horas después.
Continuamos
recorrido observando que la bajada de la Croix de Fer estaba recién reparada, que los
túneles estaban mal iluminados, que había un trozo en obras sin asfalto y que
el trozo desde S.Jean de Maurienne hasta el pie del Telegraphe era en ligero
ascenso. El Telegraphe me llamó la atención porque en coche parecía más duro de
lo que en realidad fue luego en bici y así llegamos a Valloire donde en una
bonita pizzeria comimos.
Iniciamos
el ascenso al Galibier y nos sirvió para delimitar una zona claramente
diferenciada, los 8 últimos kms donde no hay descansos y el desnivel aumenta
gradualmente hasta el fatídico último kilómetro donde hay que hacer el
"más difícil todavía" típico de los circos.
A partir
de aquí no hay mucho más que contar que una bajada larga de muchos kms y un
último trozo llano de pocos kms hasta llegar al pie de Alpe d'Huez. Al llegar
arriba el mareo y el susto que llevamos encima nos hace dudar de la
conveniencia de tan larga expedición previa. Tras una siestecita me voy a dar
una vuelta por la feria que habían montado allí y me entero de las novedades.
Hablando
con unos catalanes me dicen que las previsiones para el día siguiente son
lluvias tormentosas con descenso de temperaturas y que con mucha probabilidad
habrá nieve en Galibier. Ahí no queda la cosa sino que, por si no me hubieran
ya metido el miedo en el cuerpo, me comenta que el año pasado un amigo suyo
pasó mucho frío bajando el Galibier y que ha arrastrado graves problemas en los
dedos en el último año. No veas, con lo pronto que se me hielan a mí las manos
ya me veo llegando al pie de Galibier con un par de muñones. :o(
Esa noche
es momento de nervios, caras de preocupación; sobre todo indecisión sobre qué
ropa llevar. Nos acordamos de las crónicas de los primos de Vetusta que
sufrieron una jornada parecida. Al final cada uno decide de manera distinta. Yo
apuesto por un día de poca lluvia y frío (ilusiones que me quería hacer) y me
equipo con los siguientes extras: botines, perneras, chaqueta windstopper y
chubasquero. Yo puedo adaptarme al frío (si voy con mi chaqueta), puedo
adaptarme al calor pero lo que, desde luego, no puedo es adaptarme a
condiciones tan prolongadas de lluvia como las que sufriríamos.
Después
de una noche tensa, al amanecer, Juan Molina me informa que desde las cuatro de
la madrugada no ha dejado de llover. Glubb. Y que sigue. Glubb :o(
Fernando
y yo iniciamos a las 6:30 nuestros primeros kms en compañía bajando Alpe
d'Huez. Al llegar al Hipermercado Casino nos encasillamos en unos apartaderos
como ganado a punto del sacrificio y observamos rostros de pocas risas entre
los participantes. Llevamos dorsales superiores al 3700 (de entre más de 5000
participantes) por lo que salimos bastante atrás.
La salida
es anodina, casi como una salida de amigos, nada parecido a la explosión de
Sabiñánigo. Las condiciones climatológicas invitan a ir suave bajo la lluvia. A
poco menos de 15 kms, tras un cruce a derechas, ya se ve a muchos participantes
que se retiran. Yo, desde luego, si fuera de la zona lo hubiera hecho también
pero nosotros hemos hecho un gran sacrificio viniendo de tan lejos y no vamos a
rendirnos tan fácilmente.
El Col de
la Croix de Fer
a lo largo de sus 22 kms está dividido en dos zonas. La primera en sus inicios
es de rampas severas y continuas pero en estos momentos las piernas están en
plenitud por lo que hago este trozo con el 42x28 probando la super corona que
he puesto para la ocasión. Va bien. Lo que no va bien es el plato 30 que cuando
lo coloco hace que me vaya saltando la cadena.
En mitad
de esta primera parte de 8 kms se intercala una bajada fortísima de unos
cientos de metros en los que se observa el rampón que viene a continuación
donde la gente se va retorciendo a lo largo de una dura recta en la que la
pendiente es fuerte, rondando el 12%, y sostenida durante algo más de dos kms.
La
segunda zona es ya más suave y se prolonga durante unos 14 kms. Al llegar a un
embalse empieza a verse el final del puerto al fondo y a la derecha. Cuando
transitamos por aquí y parecía que la lluvia remitía de pronto Brrrrummm.
¡Rayos y centellas! Todo negro y otra vez chaparrada de las buenas.
Por esta
zona el tráfico era de doble sentido porque los ciclistas que se retiraban eran
legión. Abundaban los coches de apoyo que dificultaban mucho el transito. Aquí
fue donde ya nos dimos cuenta que era absurdo ir a buscar tiempos o metales ya
que aquello era la feria del terror y que la misión a cumplir era sobrevivir a
los elementos. Lluvia, paradas, frío,... muy mal panorama.
Llegando
al cruce del Glandon empiezo a tener cosas raras en las piernas. Nunca en la
vida he tenido algo parecido. Desde la parte superior de ambas rodillas partía
una pequeña descarga eléctrica hasta la zona de la cabeza del fémur en el
lateral de la pierna. Era un cosquilleo que no me molestaba al pedalear pero
que lógicamente me preocupaba por si de cosquilleo pasaba a agarrón. El caso es
que lo tuve en las ascensiones a Telegraphe y Galibier también y no en Alpe
d'Huez, donde hizo calor, por lo que entiendo que sería un problema derivado
del frío.
Cuando
llegamos arriba de la Croix
de Fer hay un atasco de coches monumental que nos hacen poner pie a tierra
varias veces; al pasar por detrás de una furgoneta ésta casi nos arrolla a
Fernando y a mí (lo que hubiera faltado vamos). Aquello era un desastre,
parecía otro sitio bien distinto a aquel tan agradable del día anterior.
Los
recuerdos que tengo de la Croix
de Fer de verdad que se me quedarán grabados de por vida. Aparco la bici y el
espectáculo que presencio es de locos. Llueve a mares, el suelo está todo lleno
de charcos y de barro. Hace un frío horrible, voy empapado y me acerco al
mostrador para avituallarme. Como mucho plátano y un pastel que tienen. Estoy
sin coordinación ni control, he olvidado los bidones y voy como pollo sin
cabeza de allí para acá.
He cogido
una tiritona que casi no puedo sacar las cacharras de los portabidones, me
dirijo a llenarlos y las imágenes que presencio y los sonidos son de película
de terror: todo es gente tiritando, rostros amoratados, movimientos sin
coordinación, sirenas y luces de ambulancias bajando gente, gritos, agua, mucha
agua por todo.... Sólo recordarlo hace que se me pongan los pelos de punta.
Entre el
desconcierto veo a Fernando. Está temblando como yo y tiene la cara de un
cadáver, está muy pálido y demacrado. Yo estoy igual o peor me digo. Apenas
puedo articular palabra con él porque balbuceo, no sé si es el cerebro o es la
mandíbula lo que no me funciona. Tomo un poco de té caliente y cojo la bici. Me
digo a mí mismo que no hay que pensar en la retirada, que vamos hacía adelante
aunque el estado del principio de la bajada por un momento nos hace pensar que
se ha anulado la marcha ya que... no baja nadie. Todo el mundo allí está dando
la vuelta.
Cuando
tomamos por fin la bajada hacía adelante tengo la sensación de bajar a los
infiernos. Galibier está 600
metros por encima de este puerto y es mucho más hostil.
No sé que podrá pasar. No quiero casi ni pensarlo.
Al
empezar la bajada la cosa no mejora sino todo lo contrario. Las manos se me
hielan hasta no sentir los dedos; apenas puedo hacer el movimiento de frenar.
Estoy realmente preocupado. Además la bici va dando eses porque todo el cuerpo
está tiritando. Es en estos momentos cuando además pienso en mi familia y no sé
si merece la pena continuar. Es una lastima sí, pero quizás el precio a pagar
por continuar puede ser demasiado alto. Le digo a Fernando que estoy pensando
en abandonar y él no me dice ni que sí ni que no y continuamos unos cientos de
metros más. De pronto debemos de parar porque se ha producido un atasco en la
estrecha carretera y está bloqueada por una ambulancia que no puede continuar.
Esto fue nuestra tabla de salvación.
Allí
estuvimos durante unos diez minutos bloqueados y sirvió para que entráramos un
poco en calor. Ya después de esto las manos respondían un poco mejor y pudimos
seguir descendiendo. Era la huida hacía adelante sin prisa pero sin pausa
buscando la perdida de altura para encontrar cada vez mejor temperatura. En
esta zona de descenso multitud de participantes iban como los salmones,
contracorriente, desistiendo de continuar pensando sin duda en el coco
Galibier. Nuestra gran esperanza en el equipo, Alfonso, el más dotado sin duda
para la escalada que no para el frío, se fue al garete cuando nos lo cruzamos
en el descenso volviendo sobre sus pasos hacía arriba. Juan supusimos que
continuaba por delante, como así era.En el largo descenso adelantamos a mucha
gente con gran sorpresa por nuestra parte porque no somos grandes descendores y
además íbamos con problemas de frenos y de frío pero es que estos galos, como
bien describían los asturianix en sus crónicas, bajan fatal.
En el
paso por la zona de obras nos metemos en el barro como si fuera aquello una
prueba de ciclocross. Fernando acaba con sus pastillas de freno traseras y ya
queda sin freno detrás. Mala cosa porque aquí cuando no subes bajas, no hay
otra tendencia.
Aunque
puedo ir más aprisa que Fernando en las bajadas, decidimos de mutuo acuerdo ir
juntos hasta el final, ya que las circunstancias lo aconsejan y así iremos
animándonos y cuidándonos mutuamente durante todo el recorrido.
Hemos ido
parando en muchos sitios: revisión de frenos, evacuación líquida, reposición
líquida, avituallamientos sólidos, paradas de emergencia para entrar en calor,
etc... El tiempo que llevamos ya ni lo miramos y mira que al final a Fernando
le sobró bien poco para hacer su brevet d'argent pero ya íbamos en plan
randonée total.
El tramo
entre S.Jean de Maurienne y la base del Telegraphe la hacemos en pequeños
grupos por carretera nacional en la que hay mucho agua en la carretera por lo
que si vas a rueda te pones perdido de barro en la cara, como así fue. En esta
zona paso a cabeza de grupo con gusto para coger un poco de calor en el cuerpo.
Estamos
en el km. 82 y afrontamos el Col du Telegraphe, puerto de 12 kms con pendientes
muy homogéneos rondando el 8% en sus 8 kms y decreciendo un poco, sobre 7%, en
los últimos 4. Este puerto lo subimos muy bien tanto Fernando como yo. Aquí
establecemos un ritmo de subida y con paciencia esperamos a que se consuman los
doce kilómetros que tiene. El entorno es muy bonito entre bosques y en esta
zona el tiempo estaba mejorando, llovía menos. Parecía que por fin querían
abrirse unos claros en el cielo. Nuestro futuro en el Galibier estaba en juego.
Al llegar
arriba debo de parar otra vez a mear (eso de beber tanto té creo que me soltó
el riñón) y quedo con Fernando en que nos vemos en el avituallamiento de
Valloire. El caso es que cuando llego al pueblo no encuentro ni el
avituallamiento ni a Fernando ¿¿?? Y sigo hacía adelante con más dudas que los
panchos y agobiado porque ante mí aparece un muro en recta (tipo Torcal) y...
tengo hambre. Rebusco en los bolsillos y me como una barrita como puedo en
plena subida. Me temo lo peor, que me he pasado el avituallamiento y que toca
subir el Galibier en ayunas pero no, por fortuna, al cabo de un par de kms
aparece un llano donde está Fernando esperando en el avituallamiento.
Después
de una larga parada y tras haber comido y bebido en abundancia nos montamos en
las bicis para vencer al Galibier. Cuando estamos como a 14 kms del alto nos
llegan unos tímidos rayos de sol. Estamos a punto de llorar de la emoción.
Empieza a evaporarse el agua de la carretera y ésta despide un vapor que parece
que estuviéramos pedaleando sobre un volcán. El paraje es estremecedor, unas
laderas de piedras negras, sin vegetación, la gente va en silencio. Un aire
inhóspito sobrecogedor nos embarga.
A falta
de 8 kms para coronar, la carretera gira bruscamente a la derecha y empieza a
serpentear retorciéndose sobre la ladera de la montaña; la pendiente se acentúa
sobremanera y es necesario rebajar el desarrollo. Voy utilizando plato 30 con
coronas de 23 y 25, todavía me queda el 28. Como yo no utilizo pulsómetro me
voy guiando por el de Fernando y le decía que no pasase de 170 pero... este
hombre, animado desde el Telegraphe, cada vez iba mejor y ponía un ritmo vivo
que hacía que adelantásemos a gente sin parar y que todo aquel que intentaba
subirse al carro quedara despatarrado por aquellas endemoniadas cuestas. La
máquina Silió carburaba a pleno rendimiento.
Vuelve a
llover de nuevo. Después de largos minutos y más largos todavía kilómetros
llegamos al último donde nos envuelve de pronto una espesa niebla que no dejaba
ver más allá de 20 metros .
Aquí es donde estaban colocados los forenses, digo los fotógrafos :o), para
sacar las instantáneas de nuestras estampas cadavéricas.
Arriba
paramos a comer algo. Aunque en la
Croix de Fer se estaba mucho peor esto tampoco es Benidorm y
del cielo nos cae un agua nieve que no invita a estar mucho tiempo aquí. Tras
la breve pausa iniciamos el descenso y otra vez a sufrir. Hoy estamos pasándolo
mucho peor en las bajadas. La lluvia helada ahora está acompañada de viento y
se clava en la cara como alfileres. El frío se me va metiendo en el cuerpo y
Fernando debe ir muy despacio porque no tiene frenos atrás. A mí tampoco me
quedan apenas pastillas de freno y el recorrido de las manetas es completo y
poco efectivo. Estoy desesperado otra vez con tanta bajada y con tanto frío.
Llega un momento en el que me duelen mucho los tríceps de ir tanto tiempo
agarrado a los frenos y tras un aviso a Fernando me lanzo hacía adelante.
Tras la
sensación de alivio en los brazos empiezo a agarrar un enfriamiento interno
difícil de soportar. La bicicleta otra vez empieza a moverse debido a mi
tiritona y sin remisión al llegar al Col de Lautaret me veo obligado a parar y
refugiarme tras una casa para intentar reaccionar. Al menos ha dejado de
llover.
Seguimos
bajando durante 11 kms más en una zona en la que pega viento de frente y es
necesario dar pedales. A mí me viene perfecto y no paro de tirar para entrar en
calor. Pero no había manera, algo fallaba, mi cuerpo no cogía temperatura y
otra vez volvía a estar preocupado.
En La Grave paramos en el punto de
asistencia mecánica Mavic para intentar resolver (en vano) el problema de
frenos de Fernando. Voy tan mal de frío que estoy en un tris de caerme de lado
por no poder soltar las calas de los pedales. Sin embargo, en un atisbo de
lucidez, decido quitarme el chubasquero y esto hace que en los siguientes kms
de bajada el viento me vaya secando la ropa empapada que me está causando, sin
duda, los problemas que tengo. Empiezo a ver la luz de Alpe d'Huez que me
llama.
Fernando
se va animando también en este trozo porque ha perdido el miedo a frenar sólo
de delante y toma las curvas con más confianza. El último tramo hasta llegar a
Bourg d'Oisans lo hacemos a bueno ritmo y ya con media sonrisa dibujada en el
rostro porque sabíamos que llegábamos al objetivo.
Cuando
arribamos al pie de Alpe d'Huez paramos en el avituallamiento donde muchos dan
por finalizada su aventura con "Le Marmotton", versión reducida de la
marcha. Comemos y descansamos un poco para afrontar el último reto, las 21
curvas hasta llegar a la gloria.
Afronto
la primera rampa, durísima, animado por la gran cantidad de gente que esperaba
en la curva 21 (Coppi-Armstrong) el paso de nuestros cuerpos maltrechos. Sigo
con mi chaqueta Ws pero tras un par de curvas y debido a que ha salido el Sol
empiezo a pasar mucho calor (bendito sea) por lo que paro y me coloco la
chaqueta en la cintura.
Voy
subiendo a 9/10 km/h pero con una suficiencia que no esperaba yo a estas
alturas. El puerto es muy duro pero bonito como ninguno. Voy entreteniéndome
leyendo los nombres en las curvas y adelantando a gente, que siempre anima.
Voy
pensando en las curvas de Bugno con fijación porque sé que entre ellas hay unos
descansos. Al llegar a la iglesia paro a rellenar el bidón de agua. Quedan
menos de 6 kms para que finalice todo. Arranco con energía mental y voy
enlazando una curva tras otra hasta llegar a las de Pantani que, como no podía
ser de otra forma, son de las más duras.
Cuando
supero la curva 1 (Guerini) estoy eufórico. Allí están las casas, los
hoteles,.. meto el 42 al que lo tenía olvidado durante bastante más de una
hora. Empiezo a meter coronas más pequeñas y... meto plato 52. En un flash
pasan por delante de mí todas las imágenes del día hasta el momento actual.
¡¡¡ Estoy
en meta !!!
Mi cuentakilómetros registra 180 kms para un tiempo de pedaleo de 10h.2m. y con una discretísima media de
De todos
modos, estoy muy orgulloso de haber llegado hasta el final y ser parte del
contingente de poco más de 2000 ciclistas (si quitamos a tramposos, que aquí
también los hubo, entonces menos aún) que han conseguido ascender el 6 de Julio
de 2002 hasta lo más alto de la gloria: Alpe d'Huez.
Como
mención a la organización debo decir, que en contra de los comentarios
generalizados, a mi me pareció a buena altura. Los avituallamientos me
parecieron completos y correctos, el personal atento, los servicios de
urgencias funcionando, y la comida final en Bourg d'Oisans y en Alpe d'Huez
buena. La medalla había que comprarla y yo no lo hice, era bastante fea.
Y por
último, este párrafo va dedicado a mis compañeros de viaje: Juan, Fernando y
Alfonso que me trataron como a un hermano y con los que he iniciado una amistad
que debe perdurar durante mucho tiempo, al menos tanto como los recuerdos de la Marmotte. Y de verdad
que esto, no se olvida pronto.